domingo, 23 de octubre de 2011

ADICCIONES SEXUALES Y ABUSO INFANTIL

La psiquiatría dice:

La sexualidad forma parte natural del ser humano, pero cuando se convierte en una prioridad que interfiere en la vida diaria, en el trabajo, afecta a las relaciones personales y sociales y, además, causa ansiedad, estrés y arrepentimiento, entonces se convierte en un gran problema.


Adicción sexual se define como: "Conducta indefectiblemente compulsiva; tendencia involuntaria, irrefrenable, reiterativa e irreflexiva, dirigida a establecer un tipo de relación sexual estereotipada de la que queda una abrumante sensación de insatisfacción".


La "adicción" al sexo invade todas las esferas de la vida de la persona y empieza a ser fuente de displacer en el momento en que el afectado pierde el control de la situación tal como plantea su fantasía, permitiendo que lo aventurado, explorador y divertido de toda relación, se torne reforzador del malestar. Esta manifestación representa una conducta repetitiva que pretende calmar la ansiedad por vía inadecuada, mediante la cual, ipso facto produce más malestar y ansiedad de la que se tenía. Momento en el que produce el rechazo a uno mismo, al constatar que tal conducta no sólo no calma la ansiedad, sino crea una fuente inagotable de problemas.


Las personas con este trastorno tienen problemas laborales, familiares, económicos y sociales por su adicción ya que a su comportamiento sexual les obliga a acudir frecuentemente a prostíbulos, comprar artículos pornográficos, llamadas frecuentes a líneas eróticas o a mantener relaciones sexuales con desconocidos incluso sin protección, haciendo que su vida gire en torno al sexo, sin sentir en la mayoría de las veces ningún tipo de placer sino sentimientos de culpa y sufrimiento. No puede describirse a través de un sólo comportamiento, ya que puede disfrazarse como una o varias de estas formas: masturbación compulsiva, relaciones con múltiples parejas heterosexuales u homosexuales, encuentros con personas desconocidas, uso de pornografía, prostitución o líneas eróticas.


Otra de las características de esta dependencia es que incluso, a veces, no todo es sexo, puede alternarse con periodos de diversa duración sin conductas sexuales problemáticas.

Normalmente se presentan más casos de hombres que de mujeres. Algunas hipótesis se inclinan hacia una explicación cultural, social y educacional. Mayor facilidad en el acceso a la práctica sexual, más necesidad de cuantificar la sexualidad y creencia en mayor medida que esto es, precisamente, lo que se espera de un hombre.


El comportamiento sexual compulsivo se gesta, en la mayoría de los casos, en la mente, donde las fantasías sexuales, los sueños y los pensamientos eróticos se convierten en la válvula de escape de los problemas laborales, las relaciones rotas, la baja autoestima, la insatisfacción personal u otros conflictos de la historia de vida.


La "agenda oculta" o "doble vida" suelen ser características de un comportamiento adictivo. Entonces cuando empiezan las mentiras, las que se cuentan a sí mismos con el fin de auto convencerse de que todo está bajo control: («Ésta es la última vez»), y las que cuentan a los demás, para ocultar sus conductas. Las personas adictas al sexo desarrollan variadas estrategias para engañar a terceros y en particular a sus parejas. Su problema les avergüenza porque se dan cuenta de que no pueden frenar sus impulsos y esto produce altos sentimientos de impotencia y sufrimiento.


No existen hasta la fecha datos nacionales disponibles sin embargo algunos de los problemas asociados han sido estimados por el National Council of Sexual Addiction (NCSA) de EEUU: un 40% pierde a su pareja, otro 40% sufre embarazos no deseados, un 72% tiene ideas obsesivas sobre el suicidio, un 17% ha intentado quitarse la vida, un 36% aborta, un 27% tiene problemas laborales y un 68% tiene riesgo de contraer el sida u otras enfermedades de transmisión sexual.


Miguel Angel Fuentes en su libro La trampa rota en el capitulo VIII, ORÍGENES Y CAUSAS DE LAS ADICCIONES SEXUALES dice lo siguiente:


Las adicciones no conocen fronteras, y pueden darse tanto en familias bien constituidas como en familias “disfuncionales” o “alteradas”. No siempre hay un drama familiar en la base de cada problema adictivo, y hay personas adictas (tal vez muchas numéricamente aunque no sean la mayoría en proporción con el total de los adictos) con buenas familias.

Es indudable que la familia juega un rol importante en el origen y desarrollo de muchas adicciones; pero no me convence el énfasis exagerado que algunos autores ponen en la herencia familiar (mostrando la larga cadena de patologías sexuales que se encuentran entre los antepasados de algunos célebres adictos).

Coincido con Marañón, quien escribía: “La herencia con que nacemos es tan sólo una invitación para seguir un determinado camino. El seguirlo nos será más fácil a favor de ese impulso que seguir lo contrario; pero es siempre la influencia, casual o deliberada, del ambiente la que, en último término, determina nuestro itinerario moral”.


Debemos reconocer, sin embargo, que en muchas historias de adicción (sexual, en nuestro caso) encontramos problemas familiares más o menos serios. Puede tratarse de problemas como:


• Divorcios o separaciones.

• Violencia familiar y maltrato.

• Abandono infantil o ausencia (paterna o materna)

• Abuso sexual, etc.


La familia tiene un rol fundamental en la formación y educación afectiva del niño. Santo Tomás usa la expresión “útero espiritual” para referirse a ella como el claustro en el que el niño continúa el desarrollo físico y afectivo que comenzó dentro del seno materno. Una infancia problemática puede quebrar el necesario equilibrio afectivo, siendo determinante para el futuro psicológico de la persona.


Entre los problemas más serios, y que dejan secuelas muy difíciles de corregir (incluidas futuras adicciones), debemos señalar el abuso sexual o afectivo durante la infancia. Lamentablemente no es algo infrecuente.


El abuso puede incluir penetración vaginal, oral y anal, caricias o proposiciones verbales explícitas, usar a un niño para estimularse sexualmente, usarlo como modelo pornográfico, exhibirse desnudo ante él o exigirle que se desnude él ante el adulto, etc. Se calcula que en 8 de cada 10 casos el abusador es una persona que el niño conoce y en quien tiene confianza.


Algunas estadísticas del año 2004 afirman que, por ejemplo, en España, más del 20% de las niñas y del 15% de los niños sufre abusos sexuales antes de los 17 años. Desconozco el valor de estos guarismos, que siempre dejan algo de incertidumbre, pero si entendemos el concepto de abuso sexual en su sentido más amplio, como exposición de un niño a conductas sexuales adultas (tanto naturales como antinaturales), con el consecuente estímulo de su curiosidad o turbación de su inocencia, la cifra podría ser mucho más alta, pues se los expone a la pornografía a través de la televisión, las revistas que ven en su propia casa, imágenes en la calle, etc. Y habría que añadir a este problema, la pretendida “educación” sexual que se imparte en muchas escuelas, que entraría de lleno en el concepto de profanación de la inocencia infantil.


El abuso dentro de la familia, puede darse, ya sea de parte de alguno de los familiares, o bien por otra persona (conocida de la familia, por ejemplo, algún vecino, etc.) sin que los padres intervengan para impedirlo. En ambos casos, el niño responsabiliza a sus padres de lo sucedido. Cuando sucede sin conocimiento de los padres, no es infrecuente que el niño sienta que sus padres tendrían que haberse dado cuenta de lo que estaba ocurriendo, defendiéndolo o impidiéndolo.


En cualquiera de estos casos, las heridas emocionales que deja el abuso son inmensas, y si el niño no llega a superarlas por el perdón del agresor, las secuelas psicológicas pueden ser muy complicadas, empujando al abusado, ya adulto, a estados neuróticos, rencores y enconos amargamente dañinos para él e, incluso, perturbaciones afectivas y psicológicas mayores, que pueden comprender conductas sexuales compulsivas, como masturbación, adicción a la pornografía, a las relaciones sexuales, al sado-masoquismo y hasta violación (reviviendo en su propia conducta el abuso sufrido en la infancia).


Sin llegar al daño que causa el abuso sexual, la familia puede influir negativamente en la psicología del niño por otras vías. Ante todo, transmitiéndole una imagen enfermiza: padres alcohólicos, drogadictos o adictos sexuales; padres separados o violentos (ya sea que se maltraten entre sí o maltraten a sus hijos); padres morbosamente rígidos y exigentes (que ponen a sus hijos, por ejemplo, metas que éstos no pueden cumplir, como exigirles un orden superior a sus capacidades o la obligación de ser los mejores en la escuela, o triunfar en tal deporte, disciplina, arte plástica o musical, etc., llevando a muchos niños a una tensión neurótica y explosiva).


También hay que añadir la visión de la sexualidad que impera en la familia, que es la primera norma de ética sexual que asimilarán los hijos. Resulta deformante, tanto la falsa visión puritana de la sexualidad que ve el sexo como pecado y suciedad o toda manifestación afectiva como desborde, cuanto la concepción promiscua y libertina. Una puede engendrar un falso sentimiento de culpabilidad y vergüenza frente al sexo, que generalmente termina por disparar la curiosidad o el deseo de aquello que ha sido presentado siempre como pecado y prohibido; la otra, evidentemente, puede deslizar fácilmente hacia conductas sexuales adictivas, empezando por la masturbación, la curiosidad por la pornografía y las relaciones sexuales precoces.


Todos estos problemas infantiles, junto con otros factores psíquicos e innatos, empujan al niño a buscar una evasión del conflicto (dolor, amargura, soledad) a través del placer. Como hemos tenido oportunidad de ver en algunas de las historias antes citadas, el niño suele descubrir primero el mundo de su fantasía, y asociada a ésta, la conducta masturbatoria, creándose así un comportamiento evasivo de la realidad.


Algo es constatable: los adictos que provienen de familias conflictivas, reflejan tres rasgos esenciales que han recibido de sus familias: la pobreza de comunicación con los demás (son aislados), la represión de sus sentimientos de cariño y la falta de confianza en los demás e, incluso, en sí mismos.





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