¿Qué se entiende por abuso sexual en la infancia?
El abuso sexual infantil es la tipología de victimización sexual más frecuente y sobre la que existe más investigación, si bien existen múltiples formas de violencia sexual contra menores que van más allá de este concepto (véase Pereda, 2010a). En el mundo occidental, la mayoría de profesionales siguen los criterios propuestos por Finkelhor y Hotaling (1984) para definir esta situación, ratificados posteriormente por López (1994) en España. Para estos autores los abusos sexuales de menores deben ser definidos a partir de los conceptos de coerción, referida al contacto sexual mantenido con un menor mediante el uso de la manipulación, la presión, la autoridad o el engaño, y asimetría de edad o desigualdad madurativa, que impide la verdadera libertad de decisión del menor e imposibilita una actividad sexual compartida, ya que los participantes tienen experiencias, grado de madurez biológica y expectativas sobre la relación sexual muy diferentes. La mayoría de especialistas, siguiendo las recomendaciones de Finkelhor y Hotaling (1984) consideran una diferencia de cinco años de edad o más cuando el menor tiene menos de 13 años, y de diez años o más si éste tiene entre 13 y 16 años. Sin embargo, estos criterios clínicos no se corresponden exactamente con las tipologías legales que rigen en cada país, lo que debe ser tenido en cuenta al enfrentarse a estos casos, especialmente cuando el psicólogo trabaja en el ámbito forense.
¿Cuáles son sus síntomas e indicadores?
El abuso sexual infantil no es un trastorno psicológico ni una condición clínica, no existiendo un conjunto de síntomas que permitan detectarlo con absoluta certeza y seguridad. Se trata de una experiencia, de una situación vital adversa, que el niño o niña afrontará con mayor o menor éxito en función de múltiples variables, relacionadas con sí mismo y con su desarrollo, así como con el apoyo familiar del que disponga y con los recursos sociales que se le ofrezcan. La evaluación del abuso sexual infantil siempre debe ser llevada a cabo por un equipo multidisciplinar, principalmente formado por un psicólogo, un médico-pediatra y un trabajador social, que evaluarán los indicadores psicológicos y físicos, así como los factores de riesgo social, que se han encontrado frecuentemente en estas víctimas (véase Pereda y Abad, 2012).
Los indicadores físicos del abuso sexual infantil son poco frecuentes, extraordinariamente variables y, en muchos casos, compatibles con otro tipo de lesiones no relacionadas, provocando que sea muy difícil detectar estos casos a partir de hallazgos físicos (Pereda, 2010b). Entre los indicadores psicológicos destacan la conducta sexualizada o los comportamientos erotizados, inapropiados para el estadio de desarrollo en el que se encuentra el menor; los síntomas depresivos, principalmente la tristeza y el aislamiento; o la sintomatología postraumática, que en niños suele manifestarse en pesadillas, repetición del trauma a través del juego y los dibujos, o conductas de hipervigilancia y respuestas exageradas de sobresalto (para una revisión de estos indicadores psicológicos, véase Pereda, 2009)
El abuso sexual infantil se relaciona con sintomatología que afecta a distintas área de la vida de la víctima y que puede suponer un importante reto para un correcto desarrollo. Si bien gran parte de las víctimas suele recuperarse adecuadamente a partir de sus propios recursos, un porcentaje de éstas requiere de ayuda profesional, debido a la gravedad y cronicidad de sus síntomas. En adultos, son frecuente los problemas de relación con la pareja e hijos, los trastornos afectivos, las dificultades en el área sexual o el trastorno por estrés postraumático (véase Pereda, 2010c). Los trastornos de la personalidad, principalmente del cluster B y, especialmente, el trastorno límite, también se han observado en estas víctimas (véase Pereda, Gallardo-Pujol y Jiménez-Padilla, 2011). En relación con el área de la sexoafectividad, una de las consecuencias del abuso sexual infantil que supone una mayor gravedad es la revictimización o experiencia posterior de violencia física y/o sexual en víctimas de abuso sexual infantil por agresores distintos al causante del abuso en la infancia. Son múltiples las teorías que han intentado explicar este fenómeno, que parece darse, especialmente, en aquellas víctimas que no han superado el proceso de duelo y que se encuentran disociadas de su experiencia de abuso en la infancia.
No debemos olvidar, no obstante, la capacidad de resiliencia, que ha demostrado estar presente en la mayoría de víctimas de abuso sexual infantil quienes, tras un período de duelo por la infancia no vivida, por los años de dolor, deciden seguir adelante con sus vidas, rehacerse y crecer, incluso, en algunos casos, llevando a cabo proyectos de ayuda a otras víctimas, como la Fundación Vicki Bernadet en Barcelona (http://www.fbernadet.org/) o la Red de Ayuda a Niños Abusados en Palma de Mallorca (http://www.fundacionrana.org/).
¿Cómo puede tratarse a estas víctimas?
Desde el ámbito clínico, ante un caso de abuso sexual, la primera pregunta que debemos hacernos como profesionales es si el menor necesita de nuestra intervención. En caso contrario, si consideramos que todas las víctimas de esta experiencia requieren de tratamiento, podemos estar sometiendo a niños y niñas que no lo necesitan, a una nueva victimización, o lo que se ha denominado victimización secundaria.
Si el niño o niña cuenta con el suficiente apoyo familiar y no presenta síntomas que supongan un desajuste en su vida cotidiana, lo mejor es trabajar con sus padres o cuidadores, reducir su nivel de angustia y reforzarlos para que sean una fuente de soporte en la que el menor pueda apoyarse. Se les puede sugerir que hagan un seguimiento del niño o niña y, si detectan que presenta problemas significativos o se produce algún cambio negativo en su estado, cuenten con nuestra ayuda profesional.
Si el niño o niña presenta importantes desajustes, que le suponen dificultades en la esfera individual, familiar o social, lo mejor es que evaluemos su estado e iniciemos un programa de tratamiento que debe ir dirigido, además de a tratar los problemas específicos que el menor presente, a desarrollar un trabajo psicoeducativo, donde se potencien una sexualidad y afectividad sanas, se refuerce la autoestima y se neutralice el sentimiento de culpa y cualquier otra distorsión cognitiva asociada con la experiencia de abuso sexual que el niño o niña pueda presentar.
De forma similar, en la edad adulta, debemos evitar caer en el error de que todos los síntomas que presenta la víctima en la actualidad son resultado de una experiencia que aconteció en la infancia, llevando a cabo un buen diagnóstico diferencial. Dado que el abuso sexual infantil es una experiencia vital, y no un trastorno psicológico, el tratamiento debe ser individualizado y estar orientado a las características y particularidades de cada caso. Nuevamente, el área sexoafectiva y las distorsiones cognitivas, vinculadas a culpa, estigmatización y desconfianza, deben ser un foco principal de la intervención con estas víctimas (véase Echeburúa y Guerricaechevarría, 2011; Rull y Pereda, 2011).
¿Qué hay que cambiar para mejorar
la atención a las víctimas?
La falta de profesionales con una formación especializada en este ámbito es una de las mayores dificultades a la que se enfrentan las víctimas de abuso sexual infantil. No podemos ver aquello que no conocemos y el desconocimiento en esta área es enorme. Tanto para su correcta detección, como para su adecuado tratamiento, el profesional debe estar plenamente formado, tener experiencia en estos casos y haber trabajado previamente sus propios perjuicios y falsas creencias al respecto. Todo ello, desde una perspectiva empírica, en base a los resultados de las múltiples investigaciones, nacionales e internacionales, que se han publicado sobre este tema.
A su vez, la sociedad debe abandonar ciertos planteamientos que la ciencia ha demostrado erróneos, como que no existen víctimas de abuso sexual infantil de sexo masculino, que toda víctima de abuso sexual acabará repitiendo el patrón abusivo con sus propios hijos e hijas, que las víctimas de abuso sexual infantil no pueden tener una vida sexual y afectiva sanas, o que sufrir abuso sexual en la infancia te deja marcado para toda la vida, con graves e insuperables problemas psicológicos.
Cambiando la visión social que se tiene de las víctimas de abuso sexual y ofreciendo a éstas la posibilidad de acudir a profesionales formados y preparados estamos ayudándolas a superar una experiencia dura, pero definitivamente no irreparable.
Referencias:
Echeburúa, E. y Guerricaechevarría, C. (2011). Tratamiento psicológico de las víctimas de abuso sexual infantil intrafamiliar: un enfoque integrador. Psicología Conductual, 19 (2), 469-486.
Finkelhor, D. y Hotaling, G. T. (1984). Sexual abuse in the National Incidence Study of Child Abuse and Neglect: an appraisal. Child Abuse & Neglect, 8, 23-33.
López, F. (1994). Los abusos sexuales de menores. Lo que recuerdan los adultos. Madrid: Ministerio de Asuntos Sociales.
Pereda, N. (2009). Consecuencias psicológicas iniciales del abuso sexual infantil. Papeles del Psicólogo, 30 (2), 3-13.
Pereda, N. (2010a). El espectro del abuso sexual infantil: definición y tipología. Revista de Psicopatología y Salud Mental del Niño y del Adolescente, 16, 69-78.
Pereda, N. (2010b). Actualización de las consecuencias físicas del abuso sexual infantil. Revista Pediatría de Atención Primaria, 12 (46), 273-285.
Pereda, N. (2010c). Consecuencias psicológicas a largo plazo del abuso sexual infantil. Papeles del Psicólogo, 31 (2), 143-153.
Pereda, N. y Abad, J. (2012). Enfoque multidisciplinar de la exploración del abuso sexual infantil. Revista Española de Medicina Legal.
Pereda, N., Gallardo-Pujol, D., y Jiménez Padilla, R. M. (2011). Trastornos de la personalidad en víctimas de abuso sexual infantil. Actas Españolas de Psiquiatría, 39 (2), 131-139.
Rull, J. y Pereda, N. (2011). Revisión sistemática de los programas de tratamiento psicológico aplicados a víctimas adultas de abuso sexual en la infancia. Anuario de Psicología, 41 (1-3), 79-103.